Luca Prodan, El héroe de la clase chabona o como el traductor termina siendo un traidor

No es nada extraño afirmar que la cultura argentina es una cultura de la traducción, una cultura de la importación de ideas. Ya desde la conformación de la identidad nacional con el Centenario de la Revolución de Mayo –la idea de Leopoldo Lugones de que el Martín Fierro tenía aspectos épicos, que estaba bien exponerlo como gesta del ser nacional–, se buscó insertar a la Argentina en la corriente cultural del mundo. Antes habían sido varias las generaciones del siglo XIX las que se habían preocupado por establecer lazos sanguíneos con el centro: la del 37 y la Francia romántica, la del 80 y la Europa aristocrática. También están el Sarmiento que alucina con los Estados Unidos de 1850, en su amor por la civilización y el progreso.

Argentina necesitó traducir en todo sentido el arsenal de ideas y realidades que traían aquellos que habían visto algo desconocido y que habían vuelto para contar eso que les llamó la atención. Más allá de problematizar los fundamentos presentes en tales operaciones, habría que detenerse en las distintas fases y operaciones que determinaron esa traducción: la literal, que buscó trasladar e imponer sucesos vigentes ante una situación dada; existe aquí una imperiosa necesidad de discutir el canon de una época y privilegiar una constatación irremediable e irreversible[1]. Después vino lo que se tradujo y se ajustó al espacio y a los tiempos en donde habitaba esa nueva criatura. Esta nueva traducción era permeable a su contexto, pensada y decidida de acuerdo a la mirada estrábica que la sustentó: un pie en Europa/EE. UU. y otro pie en nuestro país[2]. Más que traducir de modo literal, esta forma buscó en la traducción producir algo más acorde al territorio del que proviene[3].

Pero qué sucede cuando el traductor es un extranjero que se instala en la Argentina y ante el estado existente de las cosas planta semillas desconocidas o poco tratadas en estos pagos. El desconcierto y la resistencia como la fascinación y la incomodidad obran como catalizadores de este personaje, ahora Luca Prodan, italiano educado en Gran Bretaña, que para limpiarse de un pasado de adicción a la heroína, descubre en la campiña cordobesa su bálsamo, su destino de cura y desintoxicación.

Pero Luca Prodan fue más que el traductor: él jugó el papel de importador, el que vino a subsanar la falta, la carencia. Frente a un rock argentino mojigato y atrasado, todavía deslumbrado por la rítmica y el virtuosismo del jazz rock, ataviado en su look hippie de jean gastado, pelo largo, remera desteñida y morral obligado, Luca Prodan introdujo al agrio y urbano Lou Reed, al chalón y apóstol Bob Marley, a los desolados y en carne viva Joy Division.

El cuadro desértico y conservador de principios de los años 80 puso a Luca Prodan como faro de la modernidad, convirtiéndolo en introductor de ideas musicales no practicadas ni tenidas en cuenta hasta ese momento en el rock argentino. Estaba la new wave revisitada por los hermanos Moura en Virus; estaba originándose el satélite Daniel Melero –quien verá desfilar por su sala de ensayo del barrio de Flores a muchos de los protagonistas del rock moderno de los 80, desde Gustavo Cerati a Richard Coleman y Ulises Butrón–; y estaban en plena combustión los orígenes del punk argentino con Los Baraja y Los Violadores –algo a tener en cuenta es que la importación de estilos muchas veces está ligada en un país periférico al bienestar económico y el buen pasar de sus "traductores"– como la intensificación de la horda heavy metal –Riff y V8–.

El norte del fin del mundo

Luca Prodan se metió –con la irrespetuosidad del que no tiene nada que perder– con el establishment local: el que ponderaba escuchar música sentados (de Serú Girán a Spinetta Jade), el que presuponía que el mensaje estaba en la letra y no en el modo en cómo las canciones eran producidas (de Piero con Prema a Juan Carlos Baglietto), el que apostaba como esperanza de cambio a un grupo como La Torre –elegido como la revelación de 1982 por la revista Pelo; Patricia Sosa, su vocalista, vivirá en los años 90 su "esplendor" como cantante ¡melódica! y su entonces marido Oscar Mediavilla tendrá ya entrado el siglo XXI su momento mediático como jurado del reality show Operación triunfo.

A principios de los años 80, Luca Prodan tuvo que adoctrinar y evangelizar a muchachos como Germán Daffunchio y Ricardo Mollo, educados en la escuela del rock progresivo –la misma que preconizaba que si no se contaba con un saber musical académico, era imposible tocar un instrumento–, para así adentrarlos en las aguas del post punk, es decir, en toda aquella música que nació tras la irrupción y los coletazos del punk en 1976/77. En sus grabaciones encontradas –el disco Perdedores hermosos, editado en 1997 y grabado entre 1981 y 1983–, Luca Prodan se sirvió de canciones de Lou Reed, de David Bowie – dos son piezas obligadas para seguir las transformaciones que vivió el rock en los años 60 y 70–, de John Martin. El primer álbum de Sumo llevó como nombre el emblemático Divididos por la felicidad, traducción de Joy Division, el grupo del suicida Ian Curtis y los futuros New Order Bernand Sumner, Peter Hook y Stephen Morris. Llegando los monos, de 1986, fue su segundo álbum oficial, si no contamos el casete independiente Corpiños en la madrugada (1984).

El último y sintomático álbum de Sumo –por todo lo que venimos planteando– tuvo como título After chabón, y fue lanzado unos meses antes de que Luca falleciese –el 22 de diciembre de 1987. Ese fue el año en que Fito Páez editó Ciudad de pobres corazones, unos injustamente olvidados Los Pillos lanzaron Viajar lejos y Charly García su último disco con propuestas más o menos interesantes (Parte de la religión). También La Sobrecarga publicó su segundo y álbum despedida Mentirse y creerse –ellos habían sido los teloneros del accidentado desembarco de The Cure a la Argentina, grupo que será importante como referente para la colonia dark local–, mientras que Soda Stereo cosechó los frutos del exitoso Signos (1986) con el registro en vivo de Ruido blanco.

El año 87 encontró a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota a punto de despegar –Un baión para el ojo idiota fue lanzado en 1988–, sin vislumbrarse el fenómeno de masas que será una década más tarde, aunque ya con una convocatoria importante. Eran tiempos en que tocaban en Cemento (la rockería de Omar Chabán), en el horizonte era prohibitivo Obras, ni hablar de estadios de fútbol como el de Huracán o el de River.

¿Chabón o chambón?

En plan de construir una hipótesis entre lábil y constructiva, podríamos sospechar que detrás de un álbum como After chabón había algo más que un simple nombre de disco. ¿Prodan y los suyos estaban queriendo decir algo subrepticiamente con ese título? Al día de la fecha suena premonitorio ese título, teniendo en cuenta el paisaje que se dibujó en los 90 con el ascenso y triunfo del rock barrial o rock chabón en todas sus vertientes –el pachanguero y stone de Los Piojos, el oscurantista heroico de La Renga, el progre de Los Caballeros de la Quema, el surrealista aguerrido de Divididos, el cabaret barroco de los Redondos, la tracción a sangre existencial de Las Pelotas– y la adopción de la palabra "chabón" en la vida cotidiana.

CHABON s. Designación general de "persona". Equivalente vesre de "boncha". No obstante, el significado de "boncha" sigue siendo oscuro. Posiblemente (aunque poco probable), sea, a su vez, el equivalente vesre y apocopado de "conchabado", o personal doméstico.

Diccionario del chabón argentino: http://elortiba.galeon.com/dichabon.html

CHABON es el vesre de BONCHA y boncha es un babieca, un tipo medio tonto, medio BO y medio LUDO, torpe, hasta puede ser un chapucero.

CHABON es una síncopa del castellano "Chambon".

El CHABON tiene muchos sinónimos, de los cuales mencionaré sólo algunos: Abriboca, asoleado, cartón, cartonazo, chapetón, durañona, durazno, maceta, maleta, mamerto, marmota, tronco.

Pero no es privilegio del hombre ser CHAMBON, hay también minas CHAMBONAS como dice Ivan Diez en Carnaval

Te la sacan después en un tangazo/sabiendo que esas minas son CHAMBONAS/los potis encajando buena gamba/fortifican la acción con la parola.

Diccionario del lunfardo: http://www.clubdetango.com.ar/lunfardeando/CHABON.HTM

El mismo Prodan, que ha sido mitificado porque pudo observar Buenos Aires como ningún rockero porteño lo logró antes[4], con su naturalidad por absorber nuevos lenguajes y costumbres, tal vez no sabía hacia dónde estaba induciendo o llevándonos a partir de esa elección: After chabón. La opción del "after", se podría conjeturar, hacía referencia al estilo musical posterior al punk –de Wire a Bauhaus–, y que estaba tan en boga en el underground porteño, simbolizado en la mística dark con se decoró la segunda mitad de la década del 80: desde el Soda Stereo de Nada personal (1985) y El Corte (liderado por un gótico Javier Calamaro) a grupos como Los Pillos, Los Corrosivos, La Forma y Valió La Pena, sin olvidarnos al príncipe dark por excelencia, Richard Coleman, cabecilla del paradigma del género, Fricción[5].

El "after" estaba en el espíritu de Sumo, desde el homenaje en su álbum debut a Joy Division (Divididos por la felicidad) a la implementación de la enseñanzas del género: esa idea de afrontar la carencia musical con sobredosis de exploración sonora, crudeza en la ejecución y rítmica marcial formaron parte del gen musical del grupo. No es gratuita tampoco la anécdota que cuenta la resistencia que puso Luca Prodan en los comienzos cuando se hablaba de sumar a Ricardo Mollo –que mordía las cuerdas de la guitarra como Jimi Hendrix– a las filas del combo, ya que el después líder de Divididos se hacía "el guitar hero", el Pelado Prodan dixit. La escuela de Mollo significaba para un siempre provocativo Prodan todo lo opuesto a su proyecto: "el guitar heroe" era la representación de todo lo que él detestaba del rock. El cantante italiano buscaba la visceralidad, la espontaneidad y la frescura de la calle; no quería saber nada con los artificios de la academia del rock.

¿Qué ven cuando no quieren ver?

En vez de after punk, Luca Prodan tradujo after chabón, fundando así un género, un universo. Estábamos en la Argentina y más que punks, lo que había eran chabones. De este modo es posible entender el culto a Prodan por poder "decirle" a los argentinos quiénes son, mostrarles qué fuerzas los maniatan y los constituyen; darles a entender que más que mirar hacia afuera –vicio de los países periféricos, remarcado por otro insigne extranjero en tierras argentinas, Witold Gombrowicz–, lo argentino residía en escuchar el clamor y la astucia que rondaban las calles suburbanas.[6]

Hombre de anécdotas si los hay –aunque la muerte de alguien suele despertar este tipo de mecanismo, donde se torna una máquina de modelos ejemplares[7]–, existe una que confirma esta apreciación, cuando en tren de desestimar a Gustavo Cerati y su modernidad, Luca Prodan dijo algo así como "no sé si puede pelar algo grosso en una guitarra española". Antes que nada: Prodan arremetía en todos los frentes. Digamos, nada le terminaba de entusiasmar. No es el plan aquí reducir todo a la vida personal de Prodan –de por sí, por lo que dejaba entrever en sus declaraciones, una persona con un espíritu desafiante–, sino más bien entretejer en algunos actos que demandaban una mirada artística, el anuncio o proyección de un modo de ver particular.

Como Mollo representaba lo malo del rock –pese a que se terminó integrando a Sumo–, Cerati simbolizaba la modernidad porteña en su grado mayor: ser un espejo del mundo pero sin poder descubrir lo propio. En la anécdota citada, Prodan ejercía un juicio sin vueltas: como si Cerati estuviese afectado por lo artificial (el uso de la guitarra eléctrica, procesada, llena de efectos) y no por la dinámica de lo natural (que estaría del lado de la guitarra criolla, pelada). En esa escala, en ese infrarrojo "prodaniano" que detectaba los movimientos invisibles, Gustavo Cerati encarnaba el artificio, lo inauténtico, la Argentina que no miraba a sus entrañas.

Gustavo Cerati, al sustentarse en una cultura que buscaba estar al día en cuanto novedades musicales, y que en ese momento trasladaba y traducía modas anglosajonas hasta apropiarlas, no era para Luca Prodan más que el estandarte de una visión a la que había que atacar, denostar. En un pizarrón imaginario el resultado sería el siguiente: Fito Páez=hijo de Charly García & Nito Mestre. Gustavo Cerati=impostura. Detrás de esto se perfilaba también la siempre vehemente y antojadiza propensión en Prodan de menospreciar o invalidar el lugar que ocupaba aquel que gozaba del beneplácito del éxito. Soda Stereo, en esa época, comenzaba a consolidarse como el referente ineludible del pop latinoamericano y la impiadosa lengua de Luca Prodan se alzaba en los celos inconfesables, y se fundía en sus búsquedas estéticas.

Todo lo hasta hora visto en el affaire Prodan suena paradójico y contradictorio. ¿Por qué? Suena paradójico y contradictorio viniendo de un hombre que había trazado una mirada panóptica sobre el desolador territorio musical de principios de los 80. Pero suena probable. Como si hubiese internalizado ese registro despreciativo y sordo a las aperturas musicales propio de la Argentina en plena dictadura militar, para convertirse en el héroe de la clase chabona. ¿No será mucho?

Si nos dejamos llevar por los resultados, algo de esto había: tanto Divididos como Las Pelotas no se contactaron en lo musical más allá de las enseñanzas de Luca Prodan [8]; y para una infinidad de grupos del planeta de los 90 (Los Caballeros de la Quema, Los Piojos y un largo etcétera de grupos menores), Sumo se convirtió en el Santo Grial y adoptó de los hacedores de La rubia tarada (Una noche en New York City) las costuras de ese cocoliche e híbrido que resplandecía de furia y prepotencia sana, y no justamente la ironía que secundaba el corrosivo perfil de Prodan & Cía.

En vez de tomar las razones del quiebre y sus inflexiones, el rock barrial se quedó con las escaramuzas, la violencia fácil, el estertor desaliñado, haciendo de eso un monumento. No se quiso ver o quizá se pasó de largo el llamado de atención, la presencia del borde, el desdén a lo canonizado.

Tal vez el último Luca Prodan fue y es tomado demasiado al pie de la letra.


[1] La guerrilla armada de los 70, del ERP a Montoneros y demás células, estaban convencidos de que el único proceder visto y por haber era el uso de las armas como culminación y extirpación de un mundo que se había acabado.

[2] David Viñas habla siempre de "mirada estrábica" cuando hace referencia a lo vivido por la Generación del 38, los poetas románticos, quienes desembarcaron ideas y propuestas estéticas y políticas modernas de Europa, y buscaron el modo de insertarlas en el panorama argentino.

[3] También se da el caso, en esta idea de traducción como portadora de un nuevo sentido, en donde lo traducido se aboca al original en cuanto base pero no ejerce como fin sino solamente como raíz. Aquí su incidencia será como propulsora de nuevos modos de actuar.

[4] Entonces, ¿qué había hecho Moris, sólo mirar el techo? ¿El 146 de Virus era sólo un paseo en el estribo por la Capital Federal? ¿El Tango traidor de Todos Tus Muertos, firmado por el Auténticos Decadentes Jorge Serrano, era sólo una escaramuza que pintaba la realidad de chicos de clase media hartos de estar hartos?

[5] Cómo habrá calado hondo lo dark en el underground y sus afluentes, que Los Twist –grupo ícono del rock divertido de principios de los 80– tuvieron su momento "oscuro" con La máquina del tiempo (1986) y uno de sus líderes, Daniel Melingo, ahondó en esa veta primero con Escuela Basilio y un par de años después en España con Lions in Love. También hay que anotar ciertos rasgos del Páez de Ciudad de pobres corazones (1987), furioso y vestido de negro.

[6] Otro músico que se encargará de "destapar oídos" será Manu Chao. El ex líder de Mano Negra "avivará" a principios de la década del 90 a una serie de grupos argentinos como Los Fabulosos Cadillacs, Todos Tus Muertos y más tarde influenciará a Un Kuartito, Karamelo Santo y un largo etc., llevándolos por la senda de lo que se conoció como "alterlatino": actitud combativa en las letras y la actitud, con un mix de raíces latinas y punk/ska/reggae como receta musical.

[7] "La muerte de un hombre no lo convierte al fin y al cabo en otro, no le da mejor carácter, no hace de él un genio si era un zoquete, un santo si fue durante toda su vida un monstruo. (…) La muerte no debe corregir en modo alguno la imagen que tenemos de alguien." Bernhard, Thomas, Extinción, Alfaguara, 1992.

[8] Si tomamos la innovadora marca que dejó y sigue dejando el cruce de electrónica y rock a lo largo de los 90, hay muy poco en el horizonte de ambos grupos. Y más bien lo que encontramos es un ahondamiento en las referencias musicales que manejaba Luca Prodan: de The Doors y Lou Reed al reggae y cierta cosa retorcida que ya estaba en una canción como Silver moon, del álbum debut de Sumo.

GAN
Gustavo Álvarez Núñez (aka GAN) es ensayista de cultura pop, músico y poeta. Fue director editorial de Los Inrockuptibles (1996-2004) y colaboró en medios nacionales e internacionales. Integró Monstruos. Antología de la joven poesía argentina, editada por el Instituto de Cultura Iberoamericana y compilada por Arturo Carrera en 1997. Al frente de Spleen formó parte del under de la segunda mitad de los 90, con un solo disco en su haber (Travesía ideal, 1998) y la participación en varios compilados. Sweet Home, Panamericana (1999) se llamó su primer libro de poesía, y Pulsiones es su flamante libro de poemas (2006). Como compilador se encargó de la AntologíaPoetasRock (2003), compuesta en su mayoría con poemas inéditos de músicos argentinos. Como crítico de rock, forma parte de Ayer nomás, 40 años de rock en la Argentina (2006). Como musicalizador, se encargó del aire de la radio KSK (2003-2005). Antes intervino en la programación de Rock & Pop, Supernova y Radio Uno. A su vez, produjo una serie de documentales (Mejor Hablar de Ciertas Cosas) para el canal MuchMusic. Y también para Canal a, sobre la historia del rock argentino. Hasta hace un tiempo formó parte del staff de las revistas Plan V y TDI, colaboró en la revista Ñ y el suplemento de espectáculos de Clarín y compiló la serie de discos The Roots Of Electronic Tango. En 2007, lanzó un libro sobre la historia del hip hop (Hip Hop, más que calle). Y espera ver publicado pronto su primer libro de ensayos de rock, Eramos tan modernos, pensar el rock argentino después de Cromañón. En Octubre de 2009 edita el libro de conversaciones con Daniel Melero.